Screen-Shot-2013-01-02-at-5.18.08-PM5Presentamos dos puntos de vista diamétricamente opuestos sobre la situación que se vive en Venezuela. En otra nota, la opositora María Corina Machado dice que la oposición seguirá en las calles y pide intervención internacional.

Aquí, George Ciccariello-Mahrer sostiene que la oposición busca regresar a un pasado de privilegios.

Publicado en inglés el 22 de febrero 2014 en la revista The Nation bajo el título #LaSalida? Venezuela at a Crossroads”. Traducido con autorización especial. Por George Ciccariello-Maher. George Ciccariello-Maher, profesor asistente de ciencias políticas en Drexel University in Philadelphia, es el autor de We Created Chávez: A People’s History of the Venezuelan Revolution (Duke, 2013).

Ucrania. Bosnia. Venezuela.

Gases lacrimógenos. Máscaras. Cañones de agua.

Vivimos una época de disturbios y rebeliones, la embriagadora auto-creación radical en las calles: los indignados de España, el movimiento Occupy, en México Yo Soy 132, y, por supuesto, la Primavera Árabe. Es comprensible que nos entusiasmemos al ver la gente en las calles, nuestro pulso incluso se acelera con las máscaras, las vitrinas rotas y las llamas, porque para siempre esas imágenes han representado el viejo mundo fragmentando a través de los cuales podemos percibir destellos del nuevo. Las recientes protestas en Venezuela contra el gobierno del sucesor de Chávez, Nicolás Maduro, por lo tanto, pueden parecer simplemente el último acto en un levantamiento de proporciones histórico-mundiales .

No tan rápido.

No obstante hashtags como #SOSVenezuela y #PrayForVenezuela y retuitos de @Cher @Madonna, estas protestas tienen mucho más que ver con el regreso de élites económicas y políticas al poder que con su caída.

La “Revolución Bolivariana” de Venezuela dio un salto adelante de la colisión histórica de los movimientos sociales radicales en contra de un estado neoliberal represivo. Hace quince años, Hugo Chávez fue elegido presidente de Venezuela en medio de los escombros del colapso del viejo sistema bipartista, pero la “revolución” sobre el cual él presidiría tiene raíces mucho más profundas. Durante décadas, guerrilleros armados, campesinos y trabajadores, mujeres, afrodescendientes e indígenas venezolanos, los estudiantes y los pobres de los centros urbanos lucharon contra un sistema que — aunque formalmente democrático — en la práctica estaba muy lejos de serlo. Estos movimientos populares revolucionarios, que documento en mi libro We Created Chávez, crearon un agujero en lo que Walter Benjamin llamó el continuum de la historia en una masiva rebelión anti neoliberal que comenzó el 27 de febrero de 1989.

Este evento cumple veinticinco años esta semana, se conoció a partir de entonces como el Caracazo, e irreversiblemente dividió la historia de Venezuela en un antes y un después. Su importancia no se limita a la resistencia al imperialismo que encarnaba, sin embargo, sino también la masacre que marcó su conclusión. Las cifras a menudo nos fallan con una falsa equivalencia, pero hay mucho que puedan hacer claro: unas 3,000 personas murieron en 1989, muchas depositados sin ceremonias en fosas comunes sin marcar. Pero los movimientos lucharon hacia adelante, construyendo asambleas populares en los barrios y presentando demandas cada vez más militantes contra un estado zozobrante que respondió con asesinatos selectivos y la matanza ocasional. El alcalde mayor de Caracas, Antonio Ledezma, que se posiciona hoy a sí mismo como un oponente de la represión, él mismo presidió sobre el asesinato de decenas de estudiantes en las calles a principios de 1990, por no hablar de la notoria masacre de 1992 en la cárcel Retén de Catia .

Fue en esta enorme brecha en la historia que Chávez entró, primero con un fallido golpe de Estado en febrero de 1992, y luego con la victoria electoral de seis años después. Incluso entonces, sin embargo, todavía no existían “los chavistas”, únicamente los “bolivarianos” — una referencia suelta y que lo abarca todo al gran libertador, Simón Bolívar — o más simplemente : “Revolucionarios”. La revolución era anterior a Chávez, y fue siempre algo más que el individuo; igual para Maduro hoy. El Estado se ha convertido hoy un terreno importante para la lucha hegemónica, pero está lejos de ser la única trinchera, y los que sintieron el abrasador calor de la violencia estatal en el pasado no han sido hoy milagrosamente convertidos a la fe ingenua. En cambio, los movimientos persisten juntos y en ocasiones en conflicto con el gobierno: apoyan a Maduro mientras que avanzan en la construcción de espacios autónomos para la participación popular.

Las protestas que han estallado en las ciudades venezolanas en los últimos días — cuyo hashtag más prevalente pide #LaSalida, la renuncia de Maduro – nada tienen que ver con este arduo proceso de construcción de una nueva sociedad. Mientras que las protestas son ostensiblemente sobre la escasez económica y la inseguridad — preocupaciones muy reales, que conste — no explican por qué las protestas han surgido ahora. Detrás de las escenas, las protestas son un reflejo de la debilidad de la oposición venezolana, no su fuerza. Recuperándose de una grave derrota electoral en las elecciones locales de diciembre, han resurgido viejas tensiones, fragmentando la unidad fugaz detrás de la candidatura presidencial de Henrique Capriles Radonski que fue derrotado por Maduro en abril pasado. En medio de la maniobra tan común a esta oposición, voces a favor de una línea más dura, impacientes con el juego electoral, han superado a Capriles desde la derecha: Ledezma, así como María Corina Machado y Leopoldo López .

Más que un soplo de aire fresco, los nombres son muy familiares, no sólo por sus historiales políticos, sino también porque representan la franja más delgada de la corteza superior de Venezuela. Machado es la más famosa por haber firmado el “decreto Carmona” apoyando el golpe de abril de 2002 contra Chávez, y por su agradable conversación en el 2005 con George W. Bush. Pero es López quien mejor ejemplifica tanto la intransigencia de la oposición, como sus intentos poco entusiastas de conectar con la mayoría pobre. La viva imagen de privilegio — en un país donde las élites consideran que Chávez tenía la piel inaceptablemente oscura — López fue entrenado en los Estados Unidos desde la escuela preparatoria a la Escuela Kennedy de Harvard, un delfín de la élite si alguna vez ha habido uno.

El partido político en el que se formaron tanto López como Capriles — Primero Justicia — emerge en la intersección de la corrupción y la intervención extranjera: más tarde López sería inhabilitado de ocupar cualquier cargo público por presuntamente recibir fondos de su madre, una ejecutiva de la petrolera estatal. Menos innegable es la revelación de la FOIA que el partido recibió inyecciones significativas de financiamiento de los auxiliares del gobierno EUA, como el National Endowment for Democracy, la USAID y el Instituto Republicano Internacional. López no es ajeno a la violencia callejera, como tampoco le inmuta tomar la ruta extra-institucional: durante el golpe de 2002 — algo de lo cual él ha dicho estar “orgulloso” —  dirigió cacerías de brujas para erradicar y detener a los ministros chavistas en medio de una violenta multitud opositora

Con un manejo hábil del teatro, López se ha colocado a la vanguardia de estas manifestaciones, obteniendo el título de “líder de la oposición” en los medios de comunicación nacionales e internacionales por igual. Pero, ¿a dónde se dirigen las protestas? Desde el principio, los números no han sido particularmente impresionante para los estándares venezolanos — y desde luego mucho menores de los que la oposición es capaz de reunir. Pero más problemático para la oposición es la composición social de los manifestantes y la muy predecible geografía de las protestas, en gran parte confinadas a los barrios más ricos. Incluso el ferozmente anti-chavista bloguero Francisco Toro de Caracas Chronicles lo dice sin rodeos : “Las protestas de la clase media en las zonas de la clase media en torno a temas de la clase media por parte la clase media la gente no son un desafío para el sistema de poder chavista”. El propio Capriles ha insistido de manera similar que el oposición fracasará si no logran atraer a la “gente humilde, la gente de los barrios”, y que exigir la expulsión extra-constitucional de Maduro no lo va a lograr. En otras palabras, incluso muchos opositores de Maduro reconocen que esta ” salida” con hashtags de Blackberries no es nada de eso, sino que callejón sin salida .

La exageración parece ser la norma en ambos lados, y entre ellas, ninguna es más amenazante que los colectivos con que la oposición intenta sembrar el miedo. Mientras que la palabra designa oficialmente a los sectores radicales del chavismo mejor organizados, aquí se usa libremente en proporción al miedo que representa, siendo aplicado el término colectivo a cualquier persona en una motocicleta, cualquier persona con una camisa roja, cualquiera con apariencia demasiado pobre o de piel oscura. Esto no es nada nuevo tampoco: el equivalente en el 2002 fue el término “círculos del terror”, un calumnioso peyorativo utilizado para denigrar a los miembros de las asambleas populares de base que sirvieron como la columna vertebral de la resistencia al golpe antidemocrático. Estos organizadores de base populares constituyen las expresiones más directas, orgánicas de los condenados de la tierra venezolana, el sector más politizado de la masa humana previamente desechada y por la cual la oposición nunca se ha preocupado por un segundo.

Incluso el chavismo no es inmune al profundo odio por los pobres residentes del barrio que esos términos representan, y en cierta medida el sentimiento es mutuo. En contra de la caricatura de quienes insisten en que las organizaciones populares radicales como los colectivos son o bien seguidores ciegos, o comprados a un bajo precio, estos son, en realidad, uno de los sectores más independientes de la revolución, los más críticos de los errores y las vacilaciones del gobierno, los más familiarizados con la fuerza represiva del Estado y, sobre todo, los que exigen que la transformación social se apresure.

Estos perpetuas víctimas del estado, sin embargo, han apostado por su posible utilidad en el presente, o por lo menos, han insistido en que la alternativa — entregar la maquinaria estatal de nuevo hacia las elites tradicionales y regresar voluntariamente a una vida a la defensiva — no es realmente alternativa en absoluto. Sin embargo, esta no es una decisión emprendida desesperadamente ni con nostalgia, sino con el más poderoso optimismo de la voluntad, fundamentando no en la buena fe de líderes individuales — aunque algunos lo merezcan — sino porque apostarle al Gobierno Bolivariano es apostar por la gent, apostar en las capacidades creativas de los pobres, que siempre supera a las del Estado.

Quedan muchos cabos sin atar, pero pocos pueden ser fácilmente separarse del tira y encoge de revolución y reacción que se extiende por décadas. Si la experiencia de abril 2002 nos ha enseñado algo, sin embargo, es evitar explicaciones simplistas alimentadas por la imaginería mediática. Cada día que pasa refuerza esta lección  — la exageración de ayer es el descrédito de hoy y, aunque lamentables, las muertes que se han producido en ambos lados están muy lejos de lo que cabría esperar de la lectura de Twitter. Pese a las afirmaciones de la oposición de la impunidad, un funcionario del Sebin, la agencia de inteligencia del gobierno, ha sido arrestado por disparar su arma y el jefe de la agencia ha sido destituído. Conversaciones filtradas han sugerido intentos de golpe de Estado, y la esposa de López admitió incluso en la CNN que el gobierno venezolano había actuado para proteger la vida de su marido frente a amenazas creíbles .

La misma pregunta de los medios se debatirá con urgencia en los próximos días como parte del conflicto entre el gobierno y CNN. También en este caso el papel de los medios privados al encabezar activamente el golpe de 2002 ocupa un lugar primordial en el esfuerzo por lograr un equilibrio entre la libertad de prensa y la responsabilidad de los medios ( una tensión que no se evita actuando como si no existe). Pero estos hilos sueltos no niegan la urgencia de la frase que reservan las bases revolucionarias para aquellos que una vez que los gobernaron, y que hoy tratan de hacerlo de nuevo, sin importar el número de muertos: no volverán.

Venezuela está de hecho en una encrucijada, teniendo – en palabras del intelectual militante Roland Denis “Llegado al llegadero, llegó a lo inevitable”. Es el punto en el que el proceso bolivariano en sí — el socialismo en una sociedad capitalista, una democracia directa que prospera en la cáscara de una democracia liberal — no puede sobrevivir sin presionar decididamente hacia un lado u el otro: más socialismo, más democrática, en definitiva, más radical. Esto no es simplemente una encrucijada entre dos posibles formas de gobierno desde arriba: el gobierno de Maduro o su hipotética alternativa de derecha. Es más bien una cuestión de presionar hacia delante en la tarea de construir una sociedad revolucionaria, o entregar el futuro de nuevo a aquellos que pueden pensar más que en el pasado, y que tratarán de doblar la dialéctica histórica sobre sí mismo  con sangre y violencia si es necesario

La única salida es la primera, la salida personificada en los más de 40,000 consejos comunales que cubren Venezuela, en los consejos de trabajadores, las organizaciones populares, los movimientos indígenas y afrodescendientes, los movimientos de mujeres y diversidad de género. Son estos movimientos que han luchado para hacer de Venezuela , en las palabras de Greg Grandin, “el país más democrático en el Hemisferio Occidental”. Y son estos movimientos que — impulsando las ruedas de la historia — son los únicos garantes de progreso.

Artículo en inglés