Cronica LusakaCRONICAS — El viernes a las ocho de la noche salí de casa, vuelo a Nueva York, sometido al cultural maltrato que les infringen Avianca y su personal a los pasajeros. Conexión a Dubai en Emirates, primera vez en un A380. Durante el vuelo mi vecino que viene de San Francisco con su esposa y va para Dubai de paseo, me invita a compartir un trago en el lounge que hay en la parte trasera de la clase ejecutiva.

Ahí nos topamos con tres “gringas” que van para Hong Kong a donde no creo que lleguen dada la perra que se amarraron. Apoyados por una cabinera checa cuyo novio es venezolano, a quien bautizo la checaveneca y cuya generosidad en las dosis que le sirve a uno quebraría a la mayoría de los bares del mundo, armamos un follón que requiere la intervención del jefe de cabina que nos increpa por no dejar dormir a los demás pasajeros.

Como en los casinos cuando uno va ganando, nos cambiaron el croupier. Llegó un cabinero taiwanés, que, animado por la checaveneca que seguía por ahí, mantuvo la generosidad de las dosis. El resultado, unas tres horas después, cada uno, como puede gatea de vuelta hasta su asiento.

La conexión es corta así que, en medio de un guayabo de campeonato mundial, me aplico un desayuno rápido en el salón de clase ejecutiva de Emirates y tomo la conexión a Lusaka.

Domingo tres de la tarde aterrizamos. Hace dos años que no pisaba suelo africano y nueve que no venía a Zambia.

Al bajar del avión, la primera sensación es la del calor de la sabana africana, diferente a otros calores, más seco. La temperatura de 32 grados no es tan incómoda como la misma temperatura en la humedad de la costa caribe o del valle del río de la Magdalena.

El aeropuerto no ha cambiado nada, pero al lado de la terminal actual se ve la que están construyendo los chinos. Si, la segunda sensación es la de la presencia permanente e insistente de “los chinos”. En los países africanos ricos en minería y materias primas, eso que los “expertos” llaman commodities, la presencia china es apabullante. Y Lusaka no es la diferencia.

Zambia es un país amable con los visitantes, no hay que llenar formularios infinitos de inmigración. Los colombianos tenemos que sacar una visa, lo que se hace en línea y se paga al agente de inmigración. En cinco minutos he pasado un filtro, que, en casi todas partes, hoy en día, se toma entre 45 minutos y una hora.

Todo mi equipaje viene conmigo así que no tengo que someterme a la eterna espera de las maletas. Salgo y me dirijo al “shuttle” del hotel Intercontinental de Lusaka. Territorio conocido. Castigo del cielo por los excesos de la noche en el vuelo de NYC a Dubai, me toca esperar, bastante enguayabado, a que salgan los demás pasajeros, que si traían maletas en la bodega.

El trayecto del aeropuerto al hotel tarda casi una hora, la mitad de la cual haciendo cola para pagar el estacionamiento a la salida del aeropuerto. Pero, el carro tiene wifi, así que aprovecho para llamar a Bogotá a dar parte de bien llegado. La perra en el vuelo de Nueva York se confesará más tarde.

Al lado y lado de la carretera veo el más africano de los paisajes, los baobabs se entremezclan con las jacarandas y otros árboles de flores color naranja. La sabana todavía no está muy seca, los pastos se ven algo verdes, los árboles tienen sus hojas. Por la vera del camino andan, acompasadamente grupos familiares con sus vestidos, casi disfraces, de ir a la iglesia, adultos con uniformes de colegio. Así eran las tardes de Johannesburgo, y de Accra y de Kampala y de todas las ciudades africanas influenciadas por la iglesia de Inglaterra.

Lusaka es una ciudad verde, muy verde, muy arborizada y con pocos edificios. Las noches de Lusaka son oscuras, no hay iluminación en las calles y cuando la hay es tenue, respetuosa.

Llegamos al hotel Intercontinental, tampoco ha cambiado nada desde la última vez que estuve. Es el típico Inter, construido en los sesentas, un lobby grande, recepción amplia en madera fina, un bar muy inglés. El cuarto es amplio, como todos los cuartos de todos los Inter, el baño también. Esta vez queda entrando a la derecha, otras veces entrando a la izquierda. Detesto los hoteles “modernos” en los que el cuarto cabe entre la tina de un baño de hotel decente.

Esta vez vengo a una participar en el Panel Asesor de Expertos que asesora un programa llamado NGenIRS (por Next Generation Insecticide Residual Spraying), que desarrolla la escuela de Medicina Tropical de la Universidad de Liverpool, tal vez la más antigua facultad de esa especialidad pues existe desde que Liverpool era el puerto a donde llegaban los barcos con todos los enfermos con esas extrañas dolencias que contraían en el trópico.

Apasionante programa ya que busca resolver un grave problema en la lucha contra los vectores que transmiten el paludismo y otras enfermedades como el dengue y el sika. Resulta que por el uso generalizado y masivo del DDT en los años cincuenta y sesenta y de los piretroides que lo reemplazaron, desde entonces los mosquitos se han vuelto resistentes, y es necesario acudir a nuevos insecticidas.

Con apoyo de la Fundación Gates, la escuela de Liverpool desarrolló una entidad que se llama IVCC (Innovative Vector Control Corporation) en donde un grupo de científicos, entomólogos, se han dedicado a la investigación y desarrollo de nuevas formulaciones químicas trabajando de la mano de los gigantes de la industria farmacéutica, como Syngenta, Sumitomo Y Bayer.

Como resultado de ese esfuerzo, Syngenta primero y ahora Sumitomo han logrado desarrollar nuevas formulaciones con moléculas totalmente diferentes a las de los piretroides que permitirán reforzar la lucha contra la malaria, esa terrible enfermedad que un payaso colombiano dijo haber vencido con una vacuna que nunca funcionó. El programa que asesoro financiado por Unitaid tiene como propósito desarrollar los mercados para esas nuevas formulaciones.

Las reuniones son apasionantes, mucha ciencia pues para introducir las nuevas formulaciones es necesario completar los estudios entomológicos y epidemiológicos que demuestren la seguridad y eficacia de los productos. Y luego hay que desarrollar una estrategia para convencer a los donantes y a los decisores de los países para que inviertan en estos nuevos productos.

Y se combina la magia africana. En Mozambique se está desarrollando un estudio epidemiológico con una cohorte de 1500 niños menores de cinco años y sus madres. Son 3000 muestras de sangre que hay que tomar en dos ocasiones, para la línea base y para la evaluación seis meses después. O sea, seis mil picotazos.

Cuando se estaban tomando las muestras de la línea de base en el norte de Mozambique, un médico tradicional o brujo de una comunidad resolvió regar el rumor que no era cierto lo del estudio, que se trataba de unos vampiros blancos que venían a Mozambique a “chuparse” la sangre de la gente. El rumor tomó proporciones insospechadas y los hombres de un pueblo resolvieron que iban a proteger a sus niños y matar a los vampiros. Compleja negociación con la comunidad para que se pudiera completar el estudio. Pregunté mucho que le habían regalado al brujo, no me quisieron contar.

Uno de los epidemiólogos que dirigen el estudio es totalmente calvo, pelón. En Mozambique, también existe la creencia qué si uno se come los sesos de un calvo, tendrá muy buenas ideas y se hará muy rico. El pobre tipo nunca se ha podido quitar el sombrero. Le cuento esto a mi Mónica y me dice, pendejos, cómprenle un tupé.

Para el tercer día del encuentro llegan los directores de los programas de control de malaria de doce países y los representantes de las compañías farmacéuticas para una revisión general del programa. Me han pedido que me quede en representación del Comité Asesor. Esta ya es una reunión masiva.

Casi todos los participantes están con sus trajes tradicionales, colorido absoluto. Anécdotas, historias, memorias, a muchos los conocí hace diez años cuando dirigía el programa de prevención de paludismo para África.

En estos países la Organización Mundial para las Salud OMS, reina, dicta, establece. En esas circunstancias la indignación es general ante el nombramiento del tirano Robert Mugabe como “good will Ambassador de la OMS”, que duró cuatro horas y que el director tuvo que echar para atrás ante la furia de los africanos de bien.

Hablando de Mugabe, me cuenta el gerente de Syngenta para África que todavía tiene alguito en Zimbabue que la situación es desesperada, la desnutrición rampante, la falta de efectivo galopante, la hambruna generalizada y que no hay medicinas. Mugabe estaba que se caía hace 10 años cuando yo me paseaba por África. Recuerdo que en ese tiempo acababan de salir los billetes de Un Millón de Dólares ZIM, que equivalían a un Rand surafricano o Diez centavos de dólar US. Diez años después la situación ha empeorado geométricamente y el tirano sigue ahí. No puedo menos que pensar “carajo para allá va Venezuela”.

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