La Casa Blanca esperaba que esta semana el país discutiría el plan de reparar la decayente infraestructura de EUA — puentes, puertos, carreteras y similares — pero el destino tenía otros planes: Escándalos sobre Rusia, credenciales de seguridad y cientos de miles de dólares en pagos a mujeres para que guardaran silencio sobre presuntos romances con Donald Trump poco después de casarse con Melania. Todo esto enmarcado por el asesinato masivo de 17 estudiantes en otra balacera, ésta en una escuela de la Florida.
Sobre Rusia, el Fiscal Independiente Robert Mueller formuló cargos criminales contra 13 ciudadanos rusos y tres empresas de esa nación, a quienes acusa de organizar un vasto complot para promover la victoria electoral de Donald Trump. Este complot, rezan los documentos de imputación, surge desde gente muy cercana a Vladimir Putin, gozaba de amplio financimiento, e incluso requirió viajes a EUA por parte de agentes rusos.
El fiscal Mueller no presentó evidencia de que hubiera alterado los resultados. Tampoco acusó a ningún ciudadano estadounidense, pero observadores afirman que es cuestión de tiempo, ya que la investigación sigue. Los agentes rusos colaboraron con “personas conocidas y desconocidas”, dice la acusación. Y muy probablemente tiene a muchos bastante nerviosos.
Los sabuesos de Mueller investigan en dos frentes: Colusión con la campaña Trump 2016 y, desde la Casa Blanca, obstrucción de la justicia para ocultar esta colusión.
Es claro que la investigación tiene un cariz partidista. Los republicanos la ven como un ataque para desvirtuar la sorprendente victoria de Donald Trump en 2016, y por lo tanto atacan al fiscal Mueller y al FBI.
Los demócratas, por el otro lado, ven en todos los cabos desatados una manera de debilitar al presidente. Y muchos por su propia miopía atribuyen la victoria de Trump a la injerencia rusa y no a los problemas de la candidatura de Hillary Clinton, quien sigue comentando como si esperara que en cualquier momento la llamen.
Muchos demócratas también pueden ver en las declaraciones de Mueller, quien ha documentado que los rusos intentaron convencer a electores de que optaran por las candidaturas de Bernie Sanders y Jill Stein, una manera de apuntalar el desprestigiado sistema de dos partidos en EUA: Los unos o los otros.
Y que ahí paren las opciones.
Pero hay mucho más.
Pasada la renuncia del funcionario de la Casa Blanca Rob Porter, luego de que se supiera que sus dos previas esposas y una novia lo acusaron de violencia de género, ha comenzado el cuestionamiento de ¿por qué tardó tanto en enterarse la Casa Blanca de ello? ¿Se le protegió? ¿Cómo es que trabajó un año entero sin credenciales de seguridad?
Y todas estas preguntas señalan hacia la gestión de John Kelly, el ex general de los Marines que desde hace seis meses ocupa el cargo de jefe del gabinete de Donald Trump. Abundan los rumores de que en cualquier momento tendrá que empacar sus cosas y marcharse.
El escándalo de Rob Porter ha traído a colación que en la Casa Blanca actual más de cien individuos no han logrado obtener sus credenciales de seguridad. Y, sin embargo, tienen acceso a los documentos “Top Secret” del gobierno.
Una de las preguntas que aparecen en los formularios de seguridad para los empleados de la Casa Blanca es si algo en su pasado le hace vulnerable al chantaje por parte de un gobierno enemigo. En el lenguaje de espionaje de la guerra fría, los rusos usaban la palabra Kompromat, que significa tener información sobre una persona que permita chantajearla.
Algunos sospechan que la enorme deuda por cientos de millones de dólares del yerno de Trump, Jared Kushner, y sus relaciones financieras con intereses chinos y rusos, entre otros, podrían ser una vulnerabilidad al Kompromat. Y que por ello no ha recibido (y quizás nunca reciba) sus credenciales de seguridad.
Fue precisamente por el temor al Kompromat que fue entregado al FBI el llamado Dossier sobre Donald Trump. Este Dossier contiene una serie de acusaciones del entonces empresario con prostitutas aparentemente trabajando para intereses rusos. (Afirma que en manos de los rusos existe una grabación donde dos trabajadoras sexuales orinan en la cama en que habían dormido el Presidente Barack Obama y la Primera Dama Michelle).
Y aunque el Dossier sigue siendo atacado por los republicanos como evidencia de los trucos sucios de la campaña de Hillary Clinton, que pagó en parte por esta investigación, otras dos noticias de esta semana le dan cierta credibilidad.
Se trata dos romances que Donald Trump presuntamente tuvo al poco tiempo de que su tercera esposa, Melania, diera a luz a Barron, el hijo de ambos.
Karen McDougal, conejita de Playboy, asegura haber tenido un romance con Donald Trump en el 2006, según un extenso reporte en The New Yorker por Ronan Farrow. Detalla que se conocieron en la mansión Playboy y luego Trump creó un elaborado esquema para que nadie se enterara de la relación, que duró 10 meses y terminó porque ella no pudo tolerar más los comentarios racistas de Trump.
Luego, la compañía American Media Inc, que publica un tabloide de gran circulación, presuntamente pagó US$150,000 a McDougal por los derechos de su historia, que nunca se publicó.
Hasta ahora.
Y eso sale a los pocos días de que el abogado de Trump Michael Cohen dijo que de su propio bolsillo él pagó US$130,000 a una actriz de porno que se hace llamar Stormy Daniels para que guardara silencio sobre su romance con Trump — también después de contraer matrimonio com Melania.
Ahora Stormy Daniels sostiene que va a contar su historia y que incluso guardo un vestido manchado con el ADN de Trump, equivalente al que se produjo en los días de la administración Clinton con la interna Monica Lewinsky.
Todo tiene el potencial de complicarse, agregándole otra capa más de mierda al estado de escándalo perenne que es el normal cotidiano de esta Casa Blanca.
Otra semana que pasó en EUA.
Carlos F. Torres
Director, El Molino Online,
Pennsylvania, EUA, 2/18/2018