Me esperé una semana larga para comentar la confesión de las FARC.  El hecho tiene varias aristas.

Por una parte, hay que reconocer que el escenario creado por el acuerdo de paz del teatro Colón, pactado en la Habana entre el gobierno de Juan Manuel Santos y unos miembros de las FARC, sirvió para que los que pactaron y han respetado lo pactado vayan contándole al país verdades que no conocíamos y se han visto obligados a confesar otras que no querían confesar.  

Paréntesis: Digo unos miembros de las FARC, porque en esas negociaciones fueron activos participantes delincuentes que engañaron a tirios y troyanos y que lo único que buscaban era consolidar su posición como narcotraficantes protegidos por el régimen de Maduro.  Me desvié, pero es que me la puede la rabia.  

Juan Manuel Urrutia

Decía que el acuerdo del teatro Colón establece dos instancias que conforman el mecanismo de justicia tradicional, la JEP y la Comisión de la Verdad.  La carta de miembros del secretariado a la JEP y la confesión del senador Julián Gallo alias Carlos Antonio Lozada en la que las FARC y él personalmente asumen la responsabilidad de la ejecución de Álvaro Gómez H, de Hernando Pizarro, de Chucho Bejarano del general Landazábal y de otros dos, son un resultado concreto y tangible de la razón por la que se hizo semejante esfuerzo.  Al confesar los homicidios, las FARC y Lozada le aclaran al país hechos que nuestro precario sistema de justicia nunca pudo resolver y además se someten a que se aplique lo que se acordó. Y eso es bueno.

Por otra parte, se desatan dos elementos que han hecho mucho daño a nuestra sociedad y a la construcción de una paz duradera.

Me refiero al inmediato surgimiento de la polarización que envenena el quehacer político colombiano y al santanderismo que aflora en las discusiones.

He escuchado pocas, muy pocas, opiniones mesuradas.   Desde la derecha ocupada por los partidarios del No en el referendo, que aún no se reponen de haber ganado para después perder, se pide la inmediata renuncia de los senadores de las FARC, como si eso fuera a cambiar algo.   Absurda proposición “castiguemos la verdad”. 

Como buen pescador en río revuelto, el expresidente Uribe, dejado en libertad mientras continúa el proceso por los cargos que sobre él pesan, aprovecha la oportunidad para meter candela al fuego de la polarización e invita a promover un referendo para, entre otras perlas, “derogar la JEP”.  Y la derecha se alinea.  Se pide la renuncia de los “senadores asesinos”. 

Obvio ante el fracaso de su pupilo Duque, el expresidente necesita revivir las banderas de odio y del temor para mantener alguna vigencia electoral.  Ellos creen que es más rentable promover un referendo con mico populista, que defender al gobierno del presentador presidente.

El Gobierno, seguramente siguiendo las indicaciones del “liberado”, cacarea una teoría según la cual la JEP debería apresurarse a “castigar” a los confesos senadores quitándoles sus derechos políticos o algo así, la verdad es que al Gobierno poco se le entiende.

El ex fiscal Martínez que acabó de pelea con el proceso de paz y sobre todo con la JEP, se inventa su propia teoría.  Resulta que según el fiscal que tapó la participación del grupo económico que lo patrocina en el escándalo de Odebrech, sí el senador Losada y sus compañeros quieren seguir acogiéndose a los beneficios de la JEP deben renunciar a sus cururles, ya que ahora que son senadores la que los debe juzgar es la Corte Suprema.  ¿Qué, que? O como dice mi nieta Julia, ¡Ay de por Dios!

Falso y tramposo debate.  Para que los alzados en armas desmovilizados entregaran las armas, confesaran sus crímenes, para que se conociera toda la verdad, para que las victimas supieran que pasó con sus seres queridos, para que los responsables de delitos atroces tuvieran castigo, así sea especial, para que hubiera reparación y no repetición fue que se firmó el acuerdo de paz. Ahora resulta que en el momento en que aflora la verdad la queremos tapar rápido para que no duela mucho.

En este punto me alineo con Álvaro Leyva:

la verdad total es el fundamento de la construcción de algo que se parezca a una paz duradera, y esa verdad total empieza con permitir que los mecanismos acordados para lograrla puedan actuar con independencia y con nuestro apoyo, eso sí exigiendo resultados.

Falta mucho por saber, falta mucho por confesar, falta mucho por cotejar.  Durante cincuenta años en Colombia se cometieron muchos crímenes, cada granito de arena que nos acerque a entender, para que no nos vuelva a pasar, es un paso hacia una Colombia mejor.

Mal hacen el Gobierno y su partido metiéndole palos a la rueda de la verdad.  Deberían más bien dedicarse a gobernar que harta falta hace.