Juan-Manuel-2Soy cosecha cincuenta y uno. Hace un par de días en una conversación cualquiera mi yerno, un joven, él se cree señor, pero sigue siendo un pelado, comentaba una miniserie llamada “adulto contemporáneo” y decía que él se siente adulto contemporáneo.

Yo le pregunté ¿si Usted es contemporáneo, yo que vengo siendo?

Adulto a secas.

Le faltó decirme dinosaurio prehistórico.

Desde esa conversación y luego de una sugerencia de mi editor en jefe, mi gran amigo Carlos Torres, he decidido tratar de escribir  lo que significa ser cosecha 51.

No  hay pretensión ni filosófica, ni analítica, tan sólo compartir pensamientos y sentimientos.

Sesenta años no se escriben en dos páginas, así que este requesón va en dos entregas

Los cincuenta

Fui al colegio de pantalón corto y media hasta la rodilla. NINO CROPPED

Usaba zapato de tractor todos los días. Tenía unos zapatos negros para ir a misa y los tenis eran para la clase de gimnasia (no se llamaba educación física, se llamaba gimnasia).

La sudadera se llamaba buzo y era un privilegio de los grandes que estaban en “el equipo”.  Me quedó la mala costumbre de parecerme “de quinta” la gente que anda en sudadera.

Bogotá era una ciudad segregada, los ricos vivíamos al norte, los pobres al sur, en el centro en los años cincuenta, después del 9 de Abril, ya no quedaban sino oficinas, comercios y algunos barrios de una incipiente clase media.

En los cincuenta, los ricos no éramos muchos ni éramos muy ricos.

Los muy ricos eran muy poquitos.

De esos tiempos quedan conceptos como el de “todo Bogotá”, que significaba una élite cerrada que se codeaba con los presidentes, los ministros, los embajadores, y los pocos extranjeros que llegaban a dirigir las multinacionales que comenzaban a instalarse.

A mí me tocó el privilegio de nacer en una familia de esa élite.

Uno no escoge como nace, sí como se hace.

Calle 87, carrera 8
Calle 87, carrera 8

En el barrio de la Cabrera, donde crecí, había unas diez casonas esparcidas entre las calles ochenta y cinco, ochenta y seis y ochenta y siete. Había muchos lotes desocupados.

Había un policía con vestido de paño verde peludo que se paseaba comiendo mandarinas y conquistando a las muchachas (en ese tiempo no se les decía “la empleada”, y yo nunca he podido decir “la empleada”, me parece despectivo, cosas de la élite).

En nuestras casas había varias muchachas, jardineros, choferes (no conductores, nunca). No había guardaespaldas, eso sí.

En mi casa uno se ponía la camisa y se peinaba el pelo.

Uno no colocaba las cosas, las ponía.

Uno no tenía cabello, tenía pelo, en la cabeza, en el pecho y los grandes en el pubis.

Mi mamá nunca tuvo bolso sino cartera.

Veíamos televisión de seis de la tarde a ocho de la noche, en el cuarto de la televisión.

Tomábamos medias nueves y onces.

De cuando en vez íbamos a la finca de mis abuelos, en Madrid, Cundinamarca. Eso era paseo de varios días.

Veraneábamos en El Ocaso, un pueblito debajo de Cachipay en Cundinamarca como a 80 kilómetros de Bogotá y a donde uno iba en autoferro.

Ir a Santa Marta o a Cartagena era cosa seria. A Miami ni lo sueñe.

Mi profesora de tercero de primaria nos pegaba con una regla en la mano, duro, con rabia. Hoy en día estaría presa.

De política no se hablaba enfrente de los niños.  Como resultado tan solo tengo tres recuerdos de temas de esa índole: El grito de “un civil, botas no”, que creo fue la frase de combate contra la dictadura de Rojas Pinilla; los comunistas eran lo peor del mundo; los bandoleros eran unos asesinos horribles.

Buses municipales
Buses municipales

Infancia feliz, sin preocupaciones. Todavía no sentíamos la violencia que sin embargo comenzaba a expulsar a los campesinos, que venían a instalarse en el sur de Bogotá y a surtir el mercado de muchachas y jardineros.

Después

Camino hacia la adolescencia, fuimos creciendo con el monstruo del comunismo cubano acechando.

La famosa década de los sesenta para mí fue media década, del 64 en adelante.

Todavía era un niño cuando mataron a JFK.

Descubrí a los Beatles muy temprano, en 1964. Al mismo tiempo descubrí a esos seres que hasta entonces le producían a uno una horrible pereza, las niñas.

A partir de los trece años comenzó mi adolescencia. Tarde para los contemporáneos. Me enamoré perdidamente y por siempre del sexo femenino, y un poco más tarde del sexo. Eso era antes de que hablaran de género.

Aprendí que a una mujer siempre se le cede el lugar, siempre se le abre la puerta del carro, que uno siempre se para cuando una mujer llega a la mesa o al salón en el que uno está. (Pagué caro esas buenas maneras con las feministas ochenteras de pierna peluda quienes se sentían insultadas con cualquier gesto de caballerosidad).

Me gané el derecho a compartir la mesa de la comida, la cena, con mis padres donde  las conversaciones eran más serias.  Desde joven fui apasionado en el debate, a veces demasiado.

Fui haciendo consciencia.

Los gringos eran los duros: Habían ganado tres guerras, la primera, la segunda y la de Corea.

Más tarde hice más conciencia, o menos, no sé.

Por culpa de  Bahía Cochinos, Vietnam, el asesinato de Martin Luther King, el de Allende, el apoyo a las dictaduras del cono sur y otros pecadillos, los gringos dejaron de parecerme tan duros.

Los ingleses y los franceses iban perdiendo colonias, sus imperios se deshacían.

PEACENos fuimos dejando crecer el pelo.

Por cuenta de Mai 68 nos fuimos haciendo contestatarios. Empezamos a creer que el Che y Lumumba no eran tan malos. Luego que eran unos bacanes. Daniel Cohn Benedict era un héroe.

Pasaron muchos años para que cayéramos en cuenta cuán mamertos eran los mamertos y les fuéramos perdiendo, primero la admiración, y luego el respeto.

mai682Algunos, los menos inteligentes, o más bien los que creíamos que ser de izquierda marcaba puntos con las niñas más bonitas de la universidad, cantamos la Mula Revolucionaria en las peñas de la Candelaria y llegamos a pensar que Jacobo Arenas, Manuel Marulanda y Jaime Bateman eran unos héroes. Admirábamos a Camilo Torres.

La historia nos haría quedar como unos pendejos. Tuvieron razón quienes siempre los consideraron unos asesinos.

Así, poco a poco, nos fuimos volviendo adultos.

Acabamos los estudios. En esos tiempos lo máximo era un posgrado y el doctorado era para una minoría mucho más inteligente y sobre todo mucho más pila que yo.

Pasamos de la regla de cálculo a la calculadora HP con toda clase de gadgets y al computador personal, el IBM 380 para unos y el Macintosh para otros.

Conocí el correo electrónico en los comienzos del Internet hacia finales de los noventa, pero seguí mandando mucho FAX.

Segunda parte