Juan-Manuel-2Yo pensaba que esta semana me iba a tocar escribir sobre fútbol o sobre culinaria. En efecto, con los artículos sobre el Papa Francisco quemé la posibilidad de un religioso artículo pascual.

El paralelo entre Chávez y El CID dejó en claro mi pensadera sobre las elecciones venezolanas.

Para rematar, me cuesta trabajo abordar el tema de la semana de pasiones en Colombia.  Demasiados nexos. He sido muy cercano al expresidente Andrés Pastrana. Mi hermano es el embajador del Presidente Santos en los Estados Unidos.

En cuanto al expresidente Uribe, tengo estrechos lazos de amistad con gente muy cercana a él y sobre todo a su pensamiento. O sea, diga lo que diga, voy a herir susceptibilidades.

Ni modo, callado no me quedo.

He expresado, desde el vamos, un decidido y tal vez ingenuo respaldo al proceso de paz iniciado por el Gobierno del Presidente Santos.

Por eso la portada de hoy de la revista Semana me aburre, me molesta. No me gusta el titular “expresidentes al ataque”.

Siempre he pensado que los expresidentes no deben ni defender ni atacar.  Esa mala costumbre de los expresidentes colombianos de andar metiendo las narices en cuanto asunto ocupa al país es desesperante y en veces desestabilizante. Pero cuando toma visos pasionales es verdaderamente desalentadora; es que las pasiones no son buenas consejeras.

Álvaro Uribe no me ha sorprendido.

Él es como el slogan que tenía la campaña de mercadeo de Colombia durante su mandato, pasión. Desde que nombraron dos ministros que no eran de su gusto, y desde que Santos optó por cambiar radicalmente el enfoque de las relaciones con nuestros vecinos, Uribe ha sido un apasionado crítico del Gobierno de Santos. Su doctrina de la seguridad democrática buscaba crear las condiciones para someter a quienes él y su equipo definían como “los terroristas” y así consolidar la paz.

Es esta una posición de extrema derecha que explica las constantes críticas y ataques de Uribe a todo lo que tenga que ver con el tratamiento de esos que él llama terroristas como seres con quienes se puede hablar.   Ya he escrito con anterioridad que a mí esa posición me merece muy poco respeto, pues la considero más oportunista que ideológica. Los diálogos que llevaron al Gobierno y a las FARC a la mesa de la Habana empezaron durante el Gobierno de Uribe, así él no lo reconozca.

No soy, no he sido y no creo que nunca llegue a ser Uribista. Debo eso sí reconocer que la forma de hacer política le está resultando a Uribe.

Desde sus oportunistas y efectistas trinos diarios ha logrado determinar la agenda y el ritmo del debate político. Sus constantes ataques a los diálogos se nutren de la desconfianza de los colombianos hacia las FARC. La imagen de Uribe y posiblemente su caudal electoral se nutren de los inexplicables actos de terror que cometen los guerrilleros.

Cuando se produjo el fallo de la Corte de la Haya que le entregó a Nicaragua una buena tajada de lo que se consideraba “nuestro mar”, Uribe se apresuró a exigirle al Gobierno que desacatara el fallo, dejando entrever en cierta forma que dicho fallo era culpa de Santos.  Ahí estuvo mal Uribe pues trató de sacar ventaja de una coyuntura resultante de años de historia y no de las acciones del Gobierno de turno.

Cayeron en la trampa. En lugar de, como lo planteé en una columna pasada, aceptar el fallo y buscar los términos y condiciones para que su implementación afectara lo menos posible a los sanandresanos, el Gobierno se apresuró, con su Ministro de Interior, no su canciller, a buscar responsabilidades en los Gobiernos anteriores.

Ahí estuvo mal Santos.

Se dejó imponer la agenda y no tuvo una reacción afortunada. Para empeorar las cosas anunció que haría públicas las actas de la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores, rompiendo una tradición centenaria.

Pastrana tomó esa errónea propuesta de Santos como un asunto muy grave. En efecto aduce el expresidente que levantar el secreto de lo que se discute en la Comisión equivale a destapar las cartas ante posibles rivales. Más allá del efecto que pueda tener un Acta de 1999 en el año 2013, el hecho es que lo que se discute en esa comisión, se discute bajo el presupuesto de la reserva.

Y el hecho es que todo gobernante tiene la obligación de sopesar los argumentos de sus asesores, en este caso la Comisión creada para tal efecto, y de tomar las decisiones que a su parecer mejor sirvan los intereses de la Nación. Pretender desarrollar juicios públicos de responsabilidad alrededor de una decisión tomada con base en la recomendación de la Comisión desvirtúa el propósito mismo de esta.

Para el expresidente Pastrana, Santos lo que buscaba con tal acción era iniciar un juicio de responsabilidades contra él, a quien culparían de ser el gran responsable del lamentable fallo de la Corte de la Haya sobre el conflicto limítrofe entre Colombia y Nicaragua.  Así se lo hizo saber Pastrana a Santos en una carta en la que le anunciaba que no asistiría más a las reuniones de la mencionada Comisión. Santos echó reversa, pero no del todo. En efecto informó que no haría públicas las Actas pero que sí se las entregaría al Procurador, abriendo el espacio para que este siniestro personaje se luciera investigando al expresidente.  Pelea cazada.  Pelea innecesaria.

Por el respeto y el cariño que le tengo a Andrés Pastrana me ha sorprendido la vehemencia de sus recientes ataques al Gobierno. Me ha sorprendido que no haya sopesado las implicaciones de algunas de sus virulentas afirmaciones. Contrariamente a sus detractores de oficio, encabezados por el hermano y el sobrino del expresidente ocho mil, perdón Samper, siempre he considerado que Pastrana es mucho más inteligente y fue mucho mejor gobernante de lo que ellos quisieran aceptar.

No entiendo por qué Pastrana cae en la misma trampa de Uribe que Santos y se deja imponer la agenda por el expresidente trinador. La carta renunciando a participar en  una Comisión Asesora sainete, era más que suficiente.   Las referencias personales contra el ministro del Interior y la Presidenta de la Cámara de Comercio de Bogotá no han sido de lo más afortunado que haya producido el expresidente. Han dado piso además para desatinadas e irrespetuosas diatribas de los escuderos de oficio de Ernesto Samper.  Y de paso le abrieron el espacio al mismo expresidente Samper para que saliera con la estúpida comparación entre Pastrana hablando de paz y el diablo hablando de religión. Como se nota la superficialidad de Samper y de sus familiares, los danielitos.  Pastrana puede hablar de paz porque, tal vez ingenuamente, se jugó buena parte de su prestigio, en un proceso de paz que fracasó por mala leche de las FARC.

Pastrana enfila baterías contra las posibles consecuencias de la negociación en medio de un proceso electoral y cuestiona el meollo mismo del proceso de Paz aduciendo que Santos no tenía tal mandato. El primer argumento es válido, el segundo no. A mí también me asusta un poco que el ritmo de las negociaciones de la Habana se vea influenciado por necesidades electorales de quien está negociando, las FARC y el Gobierno.

Hasta ahí uno diría “nada muy grave, nada nuevo”. Uribe critica para mantenerse vigente y enfoca baterías en contra de un posible acuerdo sobre desarrollo rural que incluye la revitalización de las zonas de reserva campesina. Pastrana se siente atacado y trata de defenderse; como buen aficionado al fútbol sabe que la mejor defensa es el ataque. Santos cae en la trampa y manda a sus escuderos a la carga. El ministro de Agricultura sale a polemizar con Uribe y sus amigos sobre temas agrarios. El hermano del Presidente defiende los diálogos de paz. El Ministro del Interior lanza un mordaz atraque contra Pastrana y el proceso del Caguán. Se encienden las hogueras. Se alinean los ejércitos.

Uribe se manda contra el hermano del Presidente y contra la familia Santos.  Pastrana se manda contra el Ministro del Interior y de paso se saca la espina del malestar que le causó que el Gobierno de Santos haya destapado su cercanía con Ernesto Samper al nombrar a Mónica de Greiff en la Cámara de Comercio de Bogotá. Samper aprovecha para atacar a Pastrana. El Ministro del Interior contraataca. Pastrana revira. Los medios se regodean. Los columnistas se multiplican. La objetividad y el análisis se pierden. Lo que gusta, lo que vende es la pelea. Como si Colombia necesitara más peleas.

Y se pierde el meollo del debate.

Nos quedamos sin poder discutir si conviene o no conviene una campaña reeleccionista en medio de las negociaciones o si convienen las negociaciones en medio de una campaña reeleccionista.

Nos quedamos sin saber qué va a pasar con el fallo de la corte y que va a pasar con el pacto de Bogotá.

Nos quedamos sin saber si es bueno o malo que se levante la reserva sobre actas de reuniones que se celebran bajo el manto protector de esa reserva.

A todas estas el proceso de diálogo debe continuar.

Colombia sigue necesitando la Paz, a gritos. Colombia necesita una verdadera unidad nacional para superar la corrupción que nos ahoga.  Colombia necesita construir la infraestructura que no se ha hecho en sesenta años. Colombia necesita enfrentar a las bandas criminales, herencia de la Pax Urbista con los paramilitares.

A Colombia de nada le sirve que los expresidentes anden insultándose con los ministros. Porque en ese río revuelto pescan los corruptos y los criminales.

No me gusta la pelea de los expresidentes con el Gobierno, Colombia merece más.

A estas alturas de la camorra yo ya no sé quién tiene razón. Lo peor, no creo que importe quien tiene la razón.