Juan Manuel UrrutiaCuando veo la escalada terrorista con que las FARC y el ELN recibieron la victoria electoral de la Paz, dudo.

Cuando leo la cara de Timochenko con relación al “asunto de las víctimas”, dudo.

Cuando leo que los voceros de soldados, policías y oficiales víctimas de las FARC denuncian que les quieren barajar su participación en la mesa de La Habana, dudo.

Mis dudas se resumen en la pregunta que titula esta columna.

Cuando éramos chiquitos, peleábamos y hacíamos las paces. Nos estrechábamos la mano, seguíamos jugando y volvíamos a pelear.

Ya más grandes aprendimos el valor pasional de las reconciliaciones entre novios, nada más rico que hacer las paces.

Uno hace las paces con los hermanos, con los amigos, con la novia, la amante o la esposa.

¿Pero con el enemigo?

La cínica carcajada con la que en alguna entrevista respondía Santrich, el segundo negociador después de Márquez, a una pregunta sobre víctimas, reconocimiento y reparación le recuerdan a uno que en La Habana el Estado colombiano está negociando con sus enemigos.

Y que uno con los enemigos no hace las paces. Uno o los derrota y los somete o firma un acuerdo para el cese de las hostilidades.

En cualquiera de los dos casos luego se sienta a construir la paz.

Álvaro Uribe escogió el primer camino y no pudo ni derrotarlos ni someterlos.

Los debilitó y por eso se sentaron a conversar con Juan Manuel Santos quien escogió el segundo camino.

Colombia entera, con contadas aunque notorias excepciones, acogió la buena nueva, se iniciaba un proceso de diálogo para la terminación del conflicto en La Habana. Había condiciones, agenda y límite de tiempo.

Se trataba entonces de negociar las condiciones para la dejación de las armas, la cesación de toda actividad por parte de las FARC y la desmovilización de todos sus efectivos. Se firmaría un acuerdo para la posterior ratificación de los colombianos, todo ello antes de noviembre de 2013.

Estamos comenzando agosto de 2014. No hay acuerdo firmado. Están entrando a negociar el cuarto punto de la agenda, son cinco.

Santos se hizo relegir bajo la premisa de que él garantizaba la paz y su rival la continuación de la guerra.

O sea a Santos le toca firmar la paz.

El país sigue creyéndole a Santos. El país quiere la paz. La carta de Timochenko puede ser interpretada como un endurecimiento de la posición negociadora para enfrentar mejor la cuarta ronda o como una posición inamovible según la cual las FARC no aceptan el perdón y la reparación por actos que ellos consideran actos de guerra y que la sociedad considera actos terroristas.

La preocupación de las víctimas de las FARC, fundamentalmente militares que estuvieron en campos de prisioneros en la selva de ser excluidos de la cuarta ronda parecería confirmar que los negociadores creen, como las FARC, que ellos no son víctimas sino actores del conflicto. Ahora bien si los soldados y oficiales son considerados víctimas y no parte en el conflicto ¿los guerrilleros qué? Por otra parte se puede argüir que eran prisioneros y por ende no pueden ser considerados víctimas. En ese caso las FARC tienen que responder por violar la convención de Ginebra sobre el tratamiento a los prisioneros. Soldados, policías y oficiales son entonces víctimas de violaciones a sus derechos de prisioneros.

Los familiares de esos soldados a quienes nunca les dieron información sobre su estado y los de los que desaparecieron sin que hasta hoy las FARC han dado cuenta de ellos si son víctimas de las FARC.

También lo son los políticos secuestrados por las FARC aunque ellos les quieren dar tratamiento de retenidos.

Cabe la pregunta de si el “representante de las víctimas del Estado”, el senador Iván Cepeda, que algunos acusan de ser “simpatizante” del movimiento narco guerrillero debería tener su asiento asegurado en La Habana como lo proponen la Universidad Nacional y las Naciones Unidas.

No se puede desconocer que el padre de Iván Cepeda fue asesinado con la complicidad del Estado. ¿Le da eso el derecho a representar a las víctimas en una mesa de negociación con las FARC? ¿Con quién están negociando las víctimas en La Habana, con las FARC, con el Estado, con ambos?

Sea como fuere, siente uno que las FARC han endurecido su posición en la mesa y sus actividades terroristas en el campo.

Se han ensañado contra la infraestructura petrolera, energética y en los últimos días hasta contra un acueducto y una carretera. Sus víctimas, siguen siendo en su mayoría inocentes miembros de las comunidades.

Ese endurecimiento parecería ser el resultado de una visión miope pero profundamente perversa.

Desde su perspectiva parecería que los jefes de las FARC piensan que como Santos se la jugó toda por “la paz” le toca firmar sea lo que sea y pase lo que pase.

En estas circunstancias, lo que sería conveniente es que el Gobierno endureciera su posición.

Tiene un mandato para sellar la paz, pero si el enemigo no quiere, ese mandato también da para levantarse de la mesa y arreciar las acciones militares.

Nadie quiere eso, pero a veces toca porque lo que si no resistiría el país es que hagamos las paces con las FARC para que aparezca un nuevo actor armado heredero de sus armas, de sus cultivos y de su encarnizada violencia.