Publicado en inglés en la revista The Nation bajo el título  “How to Save the Democratic Party”. Traducido con autorización especial. Por L.R. Runner. El artículo a continuación no es un editorial de The Nation ni una nota solicitada sino un manifiesto que hemos recibido de un colaborador ocasional. Lo estamos publicando con la esperanza de provocar una discusión sobre uno de los temas políticos más importantes de nuestro tiempo: cómo transformar lo que el autor, que utiliza un seudónimo para evitar la personalización de este tema, llama el “bipartidista” Partido Demócrata y convertirlo en una organización capaz de realizar el cambio progresista que desesperadamente necesita EUA. Usted puede leer algunas respuestas (en inglés), incluidas las de Keith Ellison, Dorian T. Warren, Benjamin Todd Jealous, y otras aquí. -Junta editorial.

Los progresistas estadounidenses y liberales de principios necesitan dar la cara a una verdad esencial: el Partido Demócrata, tal como está actualmente constituido, ha dejado de ser un organismo para la realización de sus ideales.

Hay que tener en consideración las implicaciones más amplias de las elecciones del 6 de noviembre, que se realizaron bajo condiciones económicas y sociales que habrían producido victorias contundentes para un partido moderadamente populista. En las dos elecciones más representativas — el voto popular directo para la Presidencia y el de la Cámara de Representantes — el Partido Demócrata ganó el primero por menos del 4 por ciento y perdió el segundo, igual que había hecho en el 2010, ante el Partido Republicano más reaccionario de la época moderna.

El problema no es el presidente Obama ni ningún otro líder individual, sino el mismo Partido Demócrata. Gran parte de su establishment, desde la capital del país a la mayor parte de las capitales de los estados, por mucho tiempo ha llegado a formar parte del “compromiso bipartidista”, con un republicanismo cada vez más derechista, especialmente en asuntos económicos, con grandes consecuencias sociales — como si el verdadero rumbo de EUA ahora se encuentre a mitad de camino entre la abolición de los logros del New Deal y la Gran Sociedad y extenderlos completamente. Muchos miembros de la jerarquía nacional del partido están más cerca, ideológica y políticamente, a los banqueros de Wall Street que a la gente común y corriente en la calle — más cerca a los empresarios, los ricos y poderosos que a la golpeada clase media, la cada vez más empobrecida clase obrera (y los disminuidos y asediados sindicatos que la protegen), igual que los desempleados y aquellos sumidos en la pobreza perpetua.

Si más pruebas fueran necesarias, el Partido Demócrata ha demostrado ser incapaz de proporcionar los imperativos morales, las ideas políticas, un amplio respaldo popular o los funcionarios electos necesarios para conducir a la nación hacia una salida de su peor desastre económico y social en 80 años, crisis que ahora entra en su quinto año con millones de vidas destruídas. De hecho, la complicidad del partido es sólo un poco menor que la de los republicanos incondicionalmente dedicados a un solo derecho humano: la acumulación ilimitada de riqueza corporativa y privada.

Un partido nuevo — no un tercer partido sino un verdadero segundo partido que represente alternativas auténticas, como corresponde a una democracia — es por lo tanto una necesidad urgente. Afortunadamente, el núcleo de tal partido ya existe, sin embargo, en una especie de cautiverio, en el interior del Partido Demócrata de hoy. (El fallecido senador Paul Wellstone lo llamó “el ala democrática del Partido Demócrata”). Para que este núcleo logre crecer, llegar al poder e implementar una nueva reforma del capitalismo estadounidense, debe liberarse mediante la ocupación y la transformación del Partido Demócrata, tal como insurgentes han hecho tomándose otros partidos que sobrevivieron su misión histórica, incluso si esto significa que los demócratas bipartidistas se marchen para convertirse en republicanos o enmarañarse en el pantano de los terceros partidos.

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La bancarrota política del Partido Demócrata, la consignación de sus logros históricos a un pasado lejano, no es un fenómeno reciente. El papel del partido en crear la crisis actual habla por sí mismo. Durante cuarenta años — es decir, bajo presidentes y Congresos republicanos — la riqueza nacional se ha acumulado en cada vez menos manos (el 1 por ciento más rico ahora posee más riqueza que el menos próspero 90 por ciento), mientras que cada vez más personas han sido relegadas a la pobreza o perdido su capacidad de mantener su lugar en la clase media que habían logrado por sus propios esfuerzos.

Por lo tanto las vergonzosas realidades de hoy (y el nuevo excepcionalismo americano) son: mayores tasas de desigualdad en cuanto a ingresos familiares, pobreza y mortandad infantiles y encarcelamiento — y menores oportunidades de educación de calidad y movilidad social ascendente — que en casi cualquier otra democracia moderna. Se están perdiendo los dos principios que definían el sueño americano, si es que no se han perdido ya: que la mayoría de los niños tienen una probabilidad razonable de superar a sus padres, y que la determinación y trabajo duro asegurarán una vida exitosa y segura.

Los demócratas leales culpan a los republicanos por esta tragedia nacional sin reconocer la responsabilidad de su propio partido. Las políticas que condujeron a la crisis actual cobraron fuerza con la administración Reagan, pero otras medidas también cruciales fueron incorporadas bajo el Presidente Clinton con su centrismo de la “tercera vía” en la década de 1990, que era una revisión de la misión Democrática esbozada anteriormente por el presidente Carter. Esas políticas democráticas degradadas incluyeron la reducción de las regulaciones a las instituciones financieras, reducir los impuestos sobre las empresas, los inversores y los ricos, la promulgación de  tratados de “libre comercio” al costo de empleos en Estados Unidos, y la fetichización de la “responsabilidad fiscal” y los presupuestos federales equilibrados (como si el gobierno de EUA fuera una casa familiar grande) en detrimento de la justicia social y la inversión en la infraestructura del país.

Fue así como la administración Clinton — en consonancia con su epitafio casual para el New Deal, “La era del gran gobierno ha terminado” — contribuyó a la austeridad que hoy se promueve, al consenso respecto a los recortes del déficit que dan prioridad a las preocupaciones de los inversores sobre las necesidades de la mayoría de los estadounidenses. De hecho, el presidente Clinton y los demócratas del Congreso hicieron una contribución especial a la “crisis de déficit” al dilapidar la oportunidad histórica de realizar en el período que siguió la guerra fría una desmilitarización de la política de seguridad nacional de EUA, primero mediante la expansión de la OTAN hacia Rusia y luego al bombardear Serbia, un precedente para las costosas guerras bipartidistas que siguieron en Irak y Afganistán.

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El Partido Demócrata ha sido igualmente bipartidista — o acomodaticio — desde que comenzó en el 2008 la crisis. Considere lo siguiente:

§ No fue un partido transformado el que eligió a Barack Obama en el 2008, pero uno que se beneficiaba de una extraordinaria combinación de millones de puestos de trabajo y hogares perdidos, un candidato único y candidatos republicanos débiles. En efecto, durante sus ocho años fuera del poder presidencial, el Partido Demócrata, pesado por su propia financiación oligárquica y sus íntimos lazos con Wall Street, había reclutado tan pocos defensores de nuevas políticas que su joven presidente se rodeó con los mismos asesores de Clinton que habían contribuido a la colapso financiero en el país y las políticas militarizadas en el extranjero.

§ Ni esos reencauches políticos ni la jerarquía mayor Democrática animaron ningún sentimiento pro reformas populistas o radicales que Obama pudo haber tenido, en cambio sólo reforzaron su inclinación hacia el “compromiso bipartidista”. Cuales sean los logros de Obama, han sido anulados por las oportunidades perdidas: El plan de rescate de Wall Street que nunca sostuvo responsables por el colapso financiero a los bancos oligárquicos y otros depredadores económicos — 93 por ciento de aumento de sus ingresos en el 2009-2010 beneficiaron al 1 por ciento de los contribuyentes — y sin extender comparable asistencia a millones de propietarios de viviendas afectadas (incluso dejando en desuso US$300 mil millones asignados para dicho fin); el hecho de no gastar lo necesario para estimular la creación de suficientes nuevos empleos; la legislación de salud considerablemente menor que la que la nación necesita; y la decisión de intensificar la inganable guerra liderada por EUA en Afganistán, que ya es la más larga en la historia americana.

§ En términos más generales, en lugar de actuar sobre las expectativas populares suscitadas por la elección de Obama — tal vez incluso asustado por ellos — el “establishment” demócrata, especialmente en el Congreso, trató de ocupar el centro político, pasando dicho espacio acomodaticio más a la derecha de lo que había sido en las últimas décadas. A medida que las dificultades económicas y sociales crecieron en todo el país, poderosos demócratas rechazaron — siempre a nombre de la “responsabilidad fiscal” y los “inversionistas” — casi todas las tradiciones populistas del partido, incluso abdicaron la palabra “reforma” a los republicanos reaccionarios y prácticamente borraron a casi 50 millones de estadounidenses pobres de la narrativa de la crisis por ambos partidos políticos. (Igual que el presidente Obama, el establishment de su partido cambió de rumbo, o al menos en retórica, únicamente a finales del 2011 y principios del 2012, cuando ésta parecía ser la única posibilidad de supervivencia electoral de noviembre.)

§ Tras haberse desarmado ideológicamente en forma unilateral y al no haber logrado ni disminuir la privación generalizada ni el poder corporativo en los Estados Unidos, el Partido Demócrata luego desperdició una oportunidad que aparecería como ejemplo en un manual electoral. En 2010, cuando las condiciones económicas y sociales también deberían haber dado lugar a abrumadoras victorias demócratas, el partido perdió ante un partido republicano estilo Hoover el control de la Cámara y su mayoría efectiva en el Senado, incluso incluso el emblemático curul del fallecido Edward Kennedy en Massachusetts. Decenas de millones de estadounidenses todavía están pagando el precio de ese fracaso épico.

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§ Tanto Obama como los demócratas del Congreso reaccionaron a la derrota electoral de 2010 no con un compromiso renovado hacia las tradiciones populistas del partido pero con mayor capitulación, redoblando su búsqueda del “compromiso bipartidista” — incluyendo una “gran ganga” — desde su nueva posición de debilidad legislativa. El compromiso significó ceder en uno tras otros los principios del New Deal y la Gran Sociedad, de la tributación progresiva a la regulación financiera; del salario mínimo y empleos, al medio ambiente y los subsidios, deteniéndose casi alcanzando el seguro médico Medicare. En el proceso, los demócratas tradicionales actuaron como los “republicanos moderados” en que se habían convertido desde hace tiempo y habían reemplazado.

§ En 2011, un movimiento fuera de los políticos dio al Partido Demócrata todavía otra oportunidad, cuando el movimiento Occupy Wall Street se extendió por toda la nación. El Partido Republicano había ganado energía y la confianza con el Tea Party en el 2009-10, pero el “establishment” demócrata se mantuvo al margen del más popular movimiento Occupy. Con ello deberían haber terminado las ilusiones persistentes de que la jerarquía demócrata representa un partido del pueblo, y mucho menos “el 99 por ciento”. No es de extrañar que los votantes hayan negado a ambos partidos una victoria contundente el 6 de noviembre.

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Si el Partido Demócrata existente no podía responder adecuadamente a la más destructiva crisis económica y social en la nación desde la Gran Depresión, no hay ninguna razón para creer que pueda producir alternativas a las décadas de formulación de políticas plutocráticas que condujeron a la catástrofe. Esta verdad se ilustra con las dos explicaciones predominantes por las fallas del partido que han presentado sus propios partidarios actuales y anteriores.

Una explicación sigue culpando únicamente a los republicanos, de los cuales dice tienen “engañados” a los estadounidenses a votar en contra de sus propios intereses. Con el desprecio implícito en los crédulos votantes supuestamente, estos apologistas democráticos en efecto reconocen la incapacidad de muchos de sus candidatos hacer campañas persuasivas. Pero, si los demócratas realmente creen en los principios que se juegan, ¿que tan difícil puede ser explicar de manera convincente lo que “menos gobierno” — recortes de presupuesto (federal, estatal y local), bancos exentos de regulaciones, bajos impuestos a las ganancias y los ingresos elevados — significa para la mayoría de los votantes y sus familias, desde la educación, a empleos, a la jubilación a la asistencia de salud y la seguridad pública, el transporte y el medio ambiente? Teniendo en cuenta que casi la mitad de los hogares estadounidenses reciben beneficios directos del gobierno, y que prácticamente todos los estadounidenses se han beneficiado de las políticas sociales del gobierno, es difícil unicamente si los demócratas no creen realmente en estos temas, como parece ser que muchos no lo hacen.

La otra explicación insiste en que el Partido Demócrata no ha capitulado lo suficiente. Un influyente grupo de demócratas descontentos, dirigido por los titanes financieros, columnistas bien colocados y otros miembros privilegiados viene clamando por un partido declarado “centrista” partido basado en aún más en el “compromiso bipartidista” — como si los demócratas hubieran faltado en ese sentido. Si el proyecto, esencialmente una versión de la “gran ganga”, tiene éxito en convencer al “establishment” demócrata (que puede ser su objetivo real), el resultado sería una democracia sin alternativas de gobierno de, por y para el 1 por ciento. que Es decir absolutamente ninguna democracia.

La nación necesita algo fundamentalmente diferente. Se necesita un Partido Demócrata que no pida disculpas con el compromiso de adaptar para EUA de hoy los principios populistas, progresistas y liberales del New Deal y la Gran Sociedad — en lenguaje simple, la modernización del desarrollo y el crecimiento económico, el pleno empleo, la prosperidad compartida y la justicia social.

Muchos de los progresistas de hoy miran en vez hacia los movimientos de base. Estos movimientos son importantes — pueden inspirar, estimular y reponer el partido, que es lo que algunos están tratando de hacer — pero no pueden desempeñar el papel necesario. En un país tan vasto y diverso como EUA, y en el sistema político de EUA, sólo un partido a nivel nacional — nuevamente no un ineficaz tercer partido sino un segundo partido que funcione –puede movilizar el apoyo para elegir al presidente y el Congreso necesarios para el cambio transformacional. Y también, sobre todo, porque un partido obtiene los funcionarios que merece, el partido victorioso deben cuidarse de los compromisos sin principios por el presidente y los demás representantes que ha elegido. (Por ejemplo, durante y después de la campaña de 2012, el presidente Obama ha prometido un nuevo esfuerzo para lograr un compromiso previamente difícil de alcanzar en el espíritu de una “gran ganga”, que casi seguramente reducirá el gasto en las necesidades humanas vitales y estructurales de la nación.)

Igualmente importante, sólo un partido democrático renovado puede transformar la pirámide de conformista de elites — educativo, mediática, política y empresaria — que sostiene en consenso bipartidista en las cúpulas. Tal partido logrará que el establishment demócrata de hoy ha dejado de hacer:

§ Abrir su elaboración de políticas a los pensadores e ideas progresistas marginados por el centrista status quo de las universidades, incluso aquellas que se dicen liberales, los ‘think tanks” y medios de comunicación;

§ Adoptar a los candidatos disidentes y activistas pro reforma en la política estatal y local;

§ Apoyar y dar un papel mayor parte de los sindicatos y otros movimientos de base de todo el país para asegurarse de que el populismo del partido no sea solo para sino tambíén por el pueblo;

§ Hacer causa común con los partidos pequeños con ideas afines que existen, algunos en la boleta electoral, en muchos estados.

Un partido Democrata transformado y cargado con tales ideas y candidatos puede ganar los votos de millones de personas alienadas por ambos partidos. De hecho, las encuestas sugieren que muchos de los votantes y los no votantes están listos para dicho partido.

En pocas palabras, ha llegado el momento para un enfrentamiento –si es necesario, incluso una separación de caminos — entre las alas reformista y acomodaticia del Partido Demócrata. Esto debe hacerse de manera democrática, con una discusión abierta de los temas fundamentales, y cada funcionario y miembro del partido debe tener la oportunidad de elegir. La iniciativa podría venir de abajo, de los funcionarios locales y activistas demócratas de base, o desde las cúpulas, por el ala democrática del partido en el Congreso, o incluso por el propio presidente Obama en su segundo mandato, con el fin de hacer realidad su promesa original.

Dada la crisis nacional que todavía lacera las vidas estadounidenses, y haciendo un llamado a sus mejores tradiciones, los Demócratas con un compromiso renovado tienen todas las posibilidades de ganar esta lucha histórica por el alma y el futuro de su partido. De hecho, se parte desde una posición de fuerza: el Progressive Caucus es el mayor grupo demócrata en el Congreso actual. Y será fortalecido en la sesión siguiente por el contingente de nuevos progresistas electos en noviembre.

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El balance debe realizarse sobre la base de seis principios fundamentales que guiarán las campañas y la formulación de políticas de un partido democrático renovado. Todos ellos en un momento inspiraron una amplia reforma democrática, y pueden hacerlo de nuevo si se adaptan a nuestras necesidades actuales.

1. El propósito primordial del gobierno de, por y para el pueblo es asegurar a todos los ciudadanos más que una oportunidad igual: una oportunidad razonable (ya que no hay igualdad de nacimiento, circunstancias ni capacidad) para hacer realidad sus esperanzas y posibilidades. Esto significa una buena oportunidad para adquirir una buena educación, alcanzar una vocación y prosperidad acorde, criar una familia en una vivienda digna, y experimentar la vida en la mejor salud posible. Cuando sea y donde sea que el sector privado no provee estos derechos humanos básicos, un gobierno democrático verdaderamente representativo debe hacerlo. El objetivo, en breve, no es “gobierno grande” ni “menos gobierno”, pero el gobierno adecuado para cumplir con estas obligaciones.

2. El principio de equidad se aplica en particular a la economía, que es la base sobre la que descansan muchos otros derechos. Una economía capitalista democrática debe existir para el pueblo, no el pueblo para las financieras y otras instituciones rapaces. Igualmente cierto, el famoso “mercado libre” apenas existe en el mundo moderno, y cuando lo hace, por lo general resulta en la corrupción y el poder excesivamente concentrado. La democracia requiere en cambio un mercado justo para todos los participantes en la economía: individuos, empresas pequeñas, medianas y grandes, y los trabajadores. Esto también puede ser garantizado sólo por un gobierno representativo, a través de regulaciones directas e indirectas.

3. Un gobierno comprometido con la justicia social y económica requiere ingresos fiscales para este propósito. Los ricos, los menos ricos y los pobres todos se benefician de los gastos del gobierno. (Usan las mismas carreteras, beben la misma agua, respiran el mismo aire y necesitan igualmente la seguridad pública). De hecho, algunas de las disposiciones gubernamentales benefician a los ricos de manera desproporcionada, como es el caso sobre la seguridad en los viajes aéreos y trenes de alta velocidad. Los impuestos son por lo tanto no simplemente una categoría fiscal sino además una expresión de la justicia social, lo que significa que deben ser progresivos y sin los dispositivos que permiten a los ricos pagar a tasas inferiores de las de sus sirvientes, y a los empleadores menos que sus empleados.

4. Todas estas disposiciones de equidad requieren regulaciones gubernamentales, agencias y procedimientos administrativos. Al mismo tiempo, el Partido Demócrata transformado entiende que algunos de sus programas anteriores pueden haber dejado un legado burocrático que ha sobrevivido a su utilidad e incluso se ha convertido en un obstáculo para las actividades libres y justas. El partido por lo tanto también se compromete a establecer una revisión profesional de todos estos organismos y procedimientos y suprimir o modificar los que ya no sirven al bien público.

5. No es posible ninguna reforma estadounidense, ni el bienestar general — ni política ni económicamente — sin la desmilitarización de la política exterior y la seguridad nacional. Las políticas que se basan en la presupuestos militares cada vez más inflados, despliegues de tropas, aviones de guerra de la OTAN, drones y enormes arsenales nucleares, a menudo impulsadas por indignos motivos imperiales, han desperdiciado vidas estadounidenses, riqueza y la buena voluntad en el extranjero — con pocas, o ninguna, verdaderas ganancias en la seguridad nacional . Necesitamos una nueva concepción de la seguridad nacional — una en que se maximice la diplomacia en vez de enfoques militares — que corresponda a los nuevos tiempos, las necesidades reales y los valores estadounidenses.

6. El Partido Demócrata transformado también entiende que ninguno de estos principios o reformas será posible sin reducir radicalmente el papel creciente de la riqueza corporativa y privada en las elecciones estadounidenses, en lo que el partido se ha visto profundamente involucrado. Los miles de millones de dólares han socavado profundamente el principio básico del gobierno democrático de, por y para el pueblo, y es aquí donde la igualdad es posible y necesaria. La verdadera democracia requiere elecciones con un máximo de electores y un mínimo de dinero en busca de influencia. Por lo tanto, el partido se compromete a perseguir todos los medios para restablecer la práctica esencial de las elecciones libres de la corrupción del poder financiero y de grupos de interés independientes pagadas para elaborar políticas.

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Muchos demócratas que comparten estos principios pueden decir que es políticamente peligroso o imposible de recrear el partido al trazar líneas divisorias en su interior. Que ellos tengan en cuanta el daño ya hecho a EUA, y al Partido Demócrata, un partido que ha perdido la capacidad de reparar la nación. Que tengan en consideración los casos en la historia en que insurgentes con principios renovaron sus partidos y los condujeron a grandes logros. Que recuerden incluso cómo los derechistas republicanos de hoy lucharon, firmes en sus principios, para ocupar y controlar el partido.

O, que simplemente presten atención a la necesidad imperiosa de un cambio histórico: “Si no es ahora, ¿cuándo? Si no nosotros, ¿quién? ”

Lea las respuestas (en inglés) de Keith Ellison, Dorian T. Warren, Benjamin Todd Jealous, y más, aquí.

Artículo en inglés